sábado, 2 de marzo de 2013

Colas para ver al Cristo de Medinaceli

            La escena se repite. Es la misma de cada año cuando llega el viernes primero de marzo. La devoción se desborda en la calle Granada haciendo infinita la espera para encontrarse cara a cara con un Cristo milagroso, el de Medinaceli. La tradición obliga a tener paciencia. La imagen, en realidad, está expuesta al culto en su altar de Santiago todo el año, pero el día era el de ayer. Y no es cuestión de superstición, sino de reavivar una liturgia centenaria.
            Es la fe de la gente sencilla, que tiene dudas, que se aferra a un clavo ardiendo y que en estos tiempos de crisis está agobiada. Mucho. Las puertas de la iglesia se abrieron a las 7.15 horas. La cola entonces era escasa, pero fue creciendo conforme avanzaba el día. A las 9.30 horas llegaba a la calle Santiago, a mediodía ya alcanzaba la calle San Agustín. A las 16.30 superaba la calle San José y a las 18.45 casi la plaza del Siglo... Y ahí seguía varias horas después. La sensación era que no menguaba y que se hacía interminable. Al contrario que otros años.
           Personas de todas las edades. De toda condición social y económica. Hombres, mujeres, sobre todo mujeres, y niños que aprendían lo que significa la espera para cumplir con la tradición. Más de 50.000 personas pasaron ayer ante el Señor de Navas Parejo en su día.
           El nuevo párroco de la iglesia de Santiago, Francisco Aranda, no salía ayer de su asombro. «Me he metido en las filas de devotos, presentándome como párroco, y he podido ver el sufrimiento de muchos de ellos. Aquí la gente no viene a divertirse. Y la mirada al Cristo durante la oración es una mirada especial», explicaba.
El último recurso
             Con seguridad, en la cola había también no creyentes. Gentes que acuden al Cristo por primera vez en su vida. Como el último recurso. «Mi enorme respeto también hacia ellos. Hacia todos los que optan por compartir con la imagen sus padecimientos, emociones, su dolor y su gozo», añadió el párroco de Santiago, que admitía que tal muestra de devoción le estaba haciendo «pensar mucho». «He sabido leer entre líneas y esta tradición no puede desaparecer porque va mucho más allá de lo mágico o la superchería», añadió.
              Las ofrendas, sin duda, son además el sustento económico más importante para una parroquia de escasos feligreses y muchos gastos de conservación y limpieza.
             Nadie tiene la verdad sobre Dios, que es más grande que todas las manifestaciones o expresiones religiosas, pero en la larga fila, sin duda, también está presente. Lo difícil es explicarlo. Más aún si eres guía turístico ante un nutrido grupo de cruceristas japoneses, extrañados ante la ordenada y paciente cola.
             La iglesia estuvo abierta y llena hasta las doce de la noche. Incesante jornada la de ayer también para las cofradías de la Sentencia o el Rico, cuyos sagrados titulares estuvieron expuestos en devoto besapié; o para la hermandad letífica de la Virgen de la Sierra, que comparte sede canónica.
             La imagen del Cristo Cautivo y Rescatado, el Medinaceli, presidía su altar decorado con flores rojas y cera. Como siempre. Mientras atendía las miles y miles de peticiones. Tantas plegarias, todos los años. Con crisis o sin ella.
            Pero con crisis puede que incluso más, porque tres peticiones no parecen suficientes. Y se cumplía el ritual ante la imagen milagrosa de echar tres monedas de igual valor en el cepillo, tradición que procede de las 30 monedas de oro que pagaron los monjes trinitarios por rescatar la talla del Cristo, que ahora se venera en Madrid y que permanecía en el Sultanato de Marruecos, en el siglo XVII. El sultán pidió el peso de la imagen en oro y, milagrosamente, la balanza se equilibró sólo con las treinta monedas.

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