La cúpula andaluza del PP regresó ayer a Málaga para reunirse en comité con el interés de las cámaras de nuevo desplazado hacia la relación, en ocasiones incómoda y formalmente siempre exquisita, que mantiene el alcalde, Francisco de la Torre, con el líder autonómico de su partido, Juan Ignacio Zoido. Después de la polémica sotto voce a propósito de la petición del Estatuto de Capitalidad para Sevilla, interpretada por De la Torre como la enésima demostración del agravio comparativo, Zoido vino, además, a apoyar la entrega de firmas sobre el metro, precisamente otro de los puntos que en los últimos meses le ha separado de De la Torre. Sobre todo, tras inclinarse con más entusiasmo hacia la continuidad de las líneas de Sevilla que hacia la llegada a Málaga de la infraestructura.
En un clima extraordinariamente medido y de tensión casi preelectoral, el encuentro, o al menos, en su versión a puerta abierta, fue un intercambio de parabienes más o menos forzados y de invectivas hacia el Gobierno andaluz del PSOE e Izquierda Unida. A falta de tres años para la próxima convocatoria, el PP ha decidido situarse ya en la carrera por el voto, y, además, con un encrespamiento del discurso que suena especialmente extravagante en sus barones institucionales –De la Torre y Zoido son más de vara de mando que de evangelización performativa–. Da la sensación de que el partido, con una capacidad envidiable para recuperarse y salir a flote, vive instalado en Andalucía en una doble línea de crucero; la primera, opaca y rigurosamente interna, a buen seguro conflictiva, y la otra cuajada de visiones consabidas de optimismo –Zoido se empeñó ayer en decir que España ha salido de la crisis– y de guiños públicos, ejercitados a veces con ese tipo de achuchones que se detienen en los antebrazos y que sólo se ven entre los viejos senadores y los obispos. En el encuentro de ayer, celebrado en el salón Minotauro del hotel NH, lo que no quedaba claro es dónde estaba el laberinto.
Previamente a la reunión de la formación, Zoido y De la Torre, acompañados del presidente del PP en Málaga, Elías Bendodo, y del resto de referencias orgánicas del partido, incluido Juan Manuel Moreno Bonilla, secretario de Estado de Servicios Sociales e Igualdad, depositaron en el registro de la Junta las 50.000 firmas recogidas para exigir que el metro siga el itinerario bajo tierra previsto. Un hecho más que simbólico si se tiene en cuenta que Zoido es el alcalde de Sevilla y que desde su nombramiento el PP se esfuerza en apartarle de la tela de araña construida por el propio partido en la Costa del Sol con la comparación entre el dinero recibido por una y otra provincia; quizá por eso, Zoido, por primera vez, aludió a conflictos estrictamente malagueños e incluso eligió sospechosamente para su corbata el verde y el azul oscuro.
Ambos tuvieron tiempo antes del comité de tomar churros en Casa Aranda y comprar fresas en el mercado de Atarazanas. Además, de Huelva, una provincia neutral, y con una pelea por pagar a la que se unió Bendodo y que incluyó el baile de billetes sobre el mostrador, al estilo de cuando la política era de verdad y se hacía en los casinos. Si el PP quiere buscar el voto antes de tiempo haría bien en llamar a Carlos Jean, porque sus discursos, por más que acendren las críticas a la Junta, resultan prodigiosamente soporíferos. Incluso para sus mismos correligionarios. Ayer, mientras De la Torre, Bendodo y, sobre todo, Zoido peroraban, el noventa por ciento del comité andaba de palique o directamente por las ramas de sus teléfonos móviles. Y eso que estamos en el sur, donde se presume pasión y desparpajo, e, incluso, a veces retórica fina. «Malagueños y malagueñas», al estilo de la progresía que tanto denostan, se les oyó decir. Del diferido al bostezo. Profundo.
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