Calles hundidas en el légamo. Arquetas de punta. Charcos con la profundidad de una piscina infantil. La secuencia se repite. Cada vez que se desmadra la lluvia, en Málaga parece que ha pasado un huracán. El temporal vuelve a sacar a flote las flaquezas de la ciudad, aunque en esta ocasión de manera mucho menos ingenua. La proximidad con otros episodios similares como el de 2010, ha hecho que el debate no se deje en la recámara. ¿Está Málaga preparada para responder a una tromba de agua? ¿Hasta qué punto existe responsabilidad?
Los expertos y urbanistas no edulcoran su análisis; los incidentes del sábado se deben, por supuesto, a la naturaleza, pero también a una deficiente planificación que concierne especialmente a la vida política de los últimos veinte años. La ciudad, coinciden, tiene sus debilidades localizadas fundamentalmente en dos aspectos: la falta de vegetación, que impide la salida natural del agua y el sistema de pluviales, que se ha revelado incapaz de absorber la carga de líquido que añaden este tipo de tormentas.
Es lo que José Damián Ruiz Sinoga, catedrático de Geografía Física de la Universidad de Málaga, define con una metáfora fluvial. Saturadas las alcantarillas por exceso de trabajo, las calles se comportaron este fin de semana como auténtico ríos y, además, con muchas puertas cerradas en su camino hacia el mar. «Si a eso se agrega la insistencia en construcciones como las islas de palmeras del paseo marítimo Pablo Ruiz Picasso hablamos de una gran obstrucción», indica.
Para Ruiz Sinoga, que en 1989 participó en la redacción del Plan de Defensa de Málaga, que apenas obtendría posteriormente continuidad, el problema obedece tanto a la red pluvial de Málaga como a la ubicación geográfica de la ciudad. En el primer término, confronta el crecimiento urbanístico con la evolución de las instalaciones hidráulicas, que pese a los avances de los últimos años no ha corrido, ni mucho menos, en paralelo. «Si consultas un mapa de 1996 te das cuenta de la velocidad con la que se ha extendido el núcleo urbano. Sin embargo, la estructura no se ha renovado en la misma línea, lo que hace que soporte, de ordinario, mucha más emisión. Especialmente si llueve», razona.
El especialista tampoco olvida la caprichosa condición natural de Málaga, que está insertada en una mandorla de montañas y a expensas del agua que transportan numerosos arroyos. Unas coordenadas que hacen necesaria la existencia de vegetación. Sobre todo, en lo que respecta a la retención de caudal. Sin bosque que frene el descenso de la lluvia, el agua no sólo no pierde potencia, sino que arrastra a su paso piedras y arena. Es lo que explica, en gran parte, la acumulación de lodo y de matojos del pasado sábado, aunque hay quien aplica al fenómeno una nueva interpretación. El Ayuntamiento se queja, por ejemplo, de la influencia del tajo de las obras de metro, que se convirtió en un barrizal.
Consecuencia de la crisis. El urbanista y arquitecto Iñaki Pérez de la Fuente no descarta el efecto de ésta y otras obras inconclusas en la conformación de la película de agua ennegrecida que recorrió el entorno de la avenida de Andalucía. «Es otra consecuencia de la crisis; la ciudad se llena de intervenciones pensadas para permanecer provisionalmente y que, sin embargo, se mantienen durante años», indica.
Francisco San Martín atribuye la misma responsabilidad a otras obras que no terminan de avanzar ni de replegarse, como las de la urbanización Colinas del Limonar. A pesar del enfoque, ambos especialistas coinciden en que no se trata de la causa última de los problemas de evacuación de la ciudad. En este sentido, Pérez de la Fuente, confiere la máxima importancia a la ocupación urbanística del litoral y al bloqueo de los arroyos, que hunde sus raíces en un modelo de ciudad extensivo y despreocupado.
Al igual que Ruiz Sinoga, el arquitecto también cree que la red pluvial se ha quedado obsoleta. «El sistema funciona bien para una ciudad de 200.000 habitantes, pero no tanto en la actualidad; la solución implica apostar por las dos vías: o se aumenta el colchón verde o se renueva el saneamiento», puntualiza.
San Martín también defiende un mayor esfuerzo en el aumento de la capa forestal, si bien considera que, en líneas generales, no existen soluciones integrales, especialmente en un contexto de carestía como el actual. «Solventar del todo estos problemas supondría una inversión muy alta. Lo que sí es cierto es que la forestación se ha dejado en punto muerto», precisa.
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